Una de las tareas veraniegas que me he propuesto para este mes consiste en decidir las lecturas obligatorias para el próximo curso. Después de revisar listas propias y ajenas, he comenzado a leer -o releer- varios títulos de LIJ orientados, en principio, para el primer ciclo de ESO. El último que ha caído en mis manos ha sido el archiconocido Campos de fresas, de Jordi Sierra i Fabra, una novelita realista sobre los peligros de la drogadicción en la adolescencia.
La trama se organiza alrededor de dos focos de interés: uno sentimental y otro de corte policiaco. El primero es el ingreso hospitalario de Luciana, una chica de dieciocho años, que entra en coma por ingerir una pastilla de eva, variante del éxtasis, en una discoteca. Los personajes fijos que alimentan este foco de referencia son los médicos y enfermeras del hospital, sus padres y su hermana Norma. A su vez, se derivan de esta historia tres focos secundarios: el de la chica bulímica, Loreto, amiga de Luciana, que ayudada por sus padres, intenta sobreponerse a su enfermedad; el de Mariano Zapata, un reportero sensacionalista, sin escrúpulos, que pretende publicar un artículo sobre el caso con la falsa intención de "advertir a los padres sobre los peligros que las drogas de diseño pueden ocasionar en sus hijos"; y, por último, el de los amigos que la acompañaban aquella noche en la discoteca (Máximo, Santi y Cinta), que junto al novio de Luciana, Eloy, desembocarán en una pesquisa paralela a la del segundo foco de interés, de tipo policiaco, en pos de una de las pastillas de eva como la que tomaron, con el objetivo de que los médicos la analicen y puedan sintetizar una cura para su amiga. También comparte este deseo Vicente Espinós, inspector de policía, que después de tomar declaración a los amigos de Luciana en el hospital, busca al camello que les vendió las pastillas, Poli García, el "Mosca", desde las fondas cochambrosas de la ciudad, hasta encontrarlo, finalmente, en el aparcamiento del Popes, una discoteca light. En esta última localización lo acompaña su ayudante, Lorenzo Roca, que sirve de contrapunto humorístico y dota de humanidad al arquetipo de novela negra que representa el inspector.
La ambientación de Campos de fresas no es la actual, sino la del año de su publicación, 1997, en plena decadencia de la llamada "ruta del bakalao". La mayoría de los personajes jóvenes tienen entre dieciocho y veinte años, viven en casa de sus padres, estudian y salen los fines de semana a bailar bakalao en alguna de las discotecas que se sitúan en las afueras de la ciudad. Otros sólo viven para el fin de semana, como Paco, Ana, Máximo y, sobre todo, Raúl, que se prolonga, de forma ininterrumpida, de viernes a lunes, en afterhours privados o clandestinos, y con ayuda de las drogas de diseño. Las consiguen con cierta facilidad en los baños del local o en los aparcamientos para no sentir ni el cansancio ni el sueño y poder seguir bailando hasta 72 horas seguidas. Por aquel entonces todavía no era posible medir las consecuencias en esa generación -la mía, en verdad- a largo plazo, aunque sí eran noticia en los medios los golpes de calor, que terminaban en una hospitalización angustiosa o en muerte, como los casos de las chicas inglesas en que se inspira Sierra i Fabra.
La descripción del espacio, sin embargo, sufre los mismos problemas que la de los personajes: es plana, generalista y no crea una atmósfera envolvente para el lector. Tal vez se deba a la brevedad de los capítulos, al predominio del diálogo o al deseo de subordinar todos los elementos narrativos a la transmisión del mensaje que hemos enunciado en el primer párrafo como tema. Aún así, el ambiente es urbano, pero universal, pues carece de lugares privativos de una determinada ciudad, lo que posibilita la identificación con un espacio particular, real, conocido por la mayoría de los lectores adolescentes.
Otro factor es el tiempo, clave para lograr la tensión, dinamismo y emotividad que caracterizan a Campos de fresas. El tiempo narrativo apenas sobrepasa las doce horas, desde la llamada del hospital a la madre de Luciana sobre el ingreso de su hija (6 horas, 39 minutos), hasta el despertar de la misma (19 horas, 29 minutos). Los capítulos carecen de un título al uso, tan sólo reflejan las horas y los minutos de ese día. Esta técnica, que recuerda a la serie televisiva "24", por su fragmentarismo, debe tener como referente una cuenta atrás, en este caso, las 48 horas que fijan los médicos para que el coma de Luciana sea irreversible y la posibilidad de evitarlo si se analiza una pastilla similar a la que ingirió. A partir de esta premisa, la lucha contra el tiempo recae en la acción de los dos focos de interés que hemos explicado antes: la tensión dramática que inspiran los esfuerzos de Luciana por sobrevivir en el coma y la tensión dinámica de encontrar al camello que pueda proporcionar la pastilla que facilite su cura.
En el plano narrativo, esta manera de administrar el tiempo no sólo reviste de verosimilitud el relato, sino que permite representar la acción o el punto de vista simultáneo de varios personajes sobre un mismo hecho, lo que se ha llamado perspectivismo, y que se ejemplifica en la persecución final del camello Poli García en el aparcamiento de la discoteca Popes. Es una técnica que aporta agilidad, dinamismo y que se entiende de manera muy cinematográfica.
Otro uso del tiempo menos llamativo en la narración es el de los flashbacks o saltos hacia atrás en el tiempo. Campos de fresas empieza in media res, es decir, en mitad de la acción, puesto que se narran las dramáticas consecuencias de la drogadicción, pero no la causa, la manera en qué ha ocurrido: algo que el lector imagina, pero de la que no tiene detalles. Sierra i Fabra lo utiliza para captar la atención de los lectores desde el principio y reforzar su mensaje. Los hechos que ocurrieron aquella fatídica noche los conocemos durante el relato, a través de la mala conciencia de Máximo, Santi y Cinta, los amigos de Luciana, que nos proporcionan las piezas que faltan bajo la culpabilidad de haberla inducido al consumo de pastillas. De esta forma, los remordimientos justifican la dosificación de la información narrativa necesaria sin alterar el orden cronológico de los acontecimientos y advierten sobre el comportamiento irresponsable de algunos adolescentes que, sin sufrir directamente las consecuencias, las provocan en otros.
En la próxima entrada, analizaremos Campos de fresas desde La página escrita, un manual de Jordi Sierra i Fabra en que revela cómo escribió ésta y otras novelas de literatura juvenil.
La ambientación de Campos de fresas no es la actual, sino la del año de su publicación, 1997, en plena decadencia de la llamada "ruta del bakalao". La mayoría de los personajes jóvenes tienen entre dieciocho y veinte años, viven en casa de sus padres, estudian y salen los fines de semana a bailar bakalao en alguna de las discotecas que se sitúan en las afueras de la ciudad. Otros sólo viven para el fin de semana, como Paco, Ana, Máximo y, sobre todo, Raúl, que se prolonga, de forma ininterrumpida, de viernes a lunes, en afterhours privados o clandestinos, y con ayuda de las drogas de diseño. Las consiguen con cierta facilidad en los baños del local o en los aparcamientos para no sentir ni el cansancio ni el sueño y poder seguir bailando hasta 72 horas seguidas. Por aquel entonces todavía no era posible medir las consecuencias en esa generación -la mía, en verdad- a largo plazo, aunque sí eran noticia en los medios los golpes de calor, que terminaban en una hospitalización angustiosa o en muerte, como los casos de las chicas inglesas en que se inspira Sierra i Fabra.
La descripción del espacio, sin embargo, sufre los mismos problemas que la de los personajes: es plana, generalista y no crea una atmósfera envolvente para el lector. Tal vez se deba a la brevedad de los capítulos, al predominio del diálogo o al deseo de subordinar todos los elementos narrativos a la transmisión del mensaje que hemos enunciado en el primer párrafo como tema. Aún así, el ambiente es urbano, pero universal, pues carece de lugares privativos de una determinada ciudad, lo que posibilita la identificación con un espacio particular, real, conocido por la mayoría de los lectores adolescentes.
Otro factor es el tiempo, clave para lograr la tensión, dinamismo y emotividad que caracterizan a Campos de fresas. El tiempo narrativo apenas sobrepasa las doce horas, desde la llamada del hospital a la madre de Luciana sobre el ingreso de su hija (6 horas, 39 minutos), hasta el despertar de la misma (19 horas, 29 minutos). Los capítulos carecen de un título al uso, tan sólo reflejan las horas y los minutos de ese día. Esta técnica, que recuerda a la serie televisiva "24", por su fragmentarismo, debe tener como referente una cuenta atrás, en este caso, las 48 horas que fijan los médicos para que el coma de Luciana sea irreversible y la posibilidad de evitarlo si se analiza una pastilla similar a la que ingirió. A partir de esta premisa, la lucha contra el tiempo recae en la acción de los dos focos de interés que hemos explicado antes: la tensión dramática que inspiran los esfuerzos de Luciana por sobrevivir en el coma y la tensión dinámica de encontrar al camello que pueda proporcionar la pastilla que facilite su cura.
En el plano narrativo, esta manera de administrar el tiempo no sólo reviste de verosimilitud el relato, sino que permite representar la acción o el punto de vista simultáneo de varios personajes sobre un mismo hecho, lo que se ha llamado perspectivismo, y que se ejemplifica en la persecución final del camello Poli García en el aparcamiento de la discoteca Popes. Es una técnica que aporta agilidad, dinamismo y que se entiende de manera muy cinematográfica.
Otro uso del tiempo menos llamativo en la narración es el de los flashbacks o saltos hacia atrás en el tiempo. Campos de fresas empieza in media res, es decir, en mitad de la acción, puesto que se narran las dramáticas consecuencias de la drogadicción, pero no la causa, la manera en qué ha ocurrido: algo que el lector imagina, pero de la que no tiene detalles. Sierra i Fabra lo utiliza para captar la atención de los lectores desde el principio y reforzar su mensaje. Los hechos que ocurrieron aquella fatídica noche los conocemos durante el relato, a través de la mala conciencia de Máximo, Santi y Cinta, los amigos de Luciana, que nos proporcionan las piezas que faltan bajo la culpabilidad de haberla inducido al consumo de pastillas. De esta forma, los remordimientos justifican la dosificación de la información narrativa necesaria sin alterar el orden cronológico de los acontecimientos y advierten sobre el comportamiento irresponsable de algunos adolescentes que, sin sufrir directamente las consecuencias, las provocan en otros.
En la próxima entrada, analizaremos Campos de fresas desde La página escrita, un manual de Jordi Sierra i Fabra en que revela cómo escribió ésta y otras novelas de literatura juvenil.
4 comentarios:
Este es otro de los valores seguros en las recomendaciones lectoras (quizá por eso mismo no he tenido prisa en leerlo y ahí espera, año tras año, que le meta mano). No sé si debe ser función prioritaria en unas lecturas juveniles mostrar ejemplos de los riesgos de las drogas, pero tampoco va mal que vean la cara menos amable de este asunto que viven de una manera un tanto trivial.
Un saludo y feliz verano.
Gracias por tu comentario, Antonio. La verdad es que siempre me ha gustado elegir un "valor seguro" para comenzar el curso, porque es una manera fiable de engancharlos a la lectura desde el principio y, además, da pie a introducir títulos nuevos menos previsibles. Ya lo probé con éxito el curso pasado con "Rebeldes", de Susan E. Hinton, en 3º de ESO.
Respecto al tema de las drogas, creo que es bueno tratarlo cuanto antes. "Campos de fresas" es bastante duro, moralista y dramático, pues busca impactar al lector adolescente para que reflexione o, al menos, sea consciente de las terribles consecuencias a las que puede estar expuesto. Por tanto, es un libro que, sin ser santo de mi devoción, resulta útil para el trabajo que desempeñamos.
Me he alegrado mucho de leer tu comentario, Antonio. Espero que estés pasando un buen verano.
Un saludo, compañero.
Héctor, me atrevo a decir que es una buena elección. En Cataluña es un éxito seguro en la asignatura de lengua catalana. Jordi Sierra, como sabrás, es catalán. Si consigues que os visite, podréis disfrutar de un discurso repleto de referencias literarias y autobiográficas. Habla en proporciones similares a su producción escrita.
Siento mucho la tardanza en contestarte, Lu. He tomado buena nota de tus recomendaciones, pero con la salvedad de en vez de solicitar que Sierra i Fabra visite nuestro centro, acudir a la charla que cada año da en la Biblioteca Valenciana, ya que así reduciríamos costes y el alumnado también tendría la oportunidad de visitar el edificio de San Miguel de los Reyes, en Valencia. De todas formas, agradezco mucho tus consejos, pues eres un referente ineludible para mi trabajo y el de tantos otros docentes.
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