viernes, 11 de enero de 2008

Textos para Laura y el perro de Ábalos


Recuerdos del líquido

Daniela, vorágine de sueños líquidos en un mar de dudas. La fémina del rosal que solloza flores rojas de la metafísica en el asfalto. Sí, tú, Daniela, la de los ojos azul sediento en este desierto humano, en esta hojarasca muerta de gentes ávidas de espíritu. Ahí va mi lamento...
Daniela, el sueño y la ensoñación del líquido, la dulce somnolencia que me rescata de la realidad tediosa de mis lamentos y de mis fobias contra el mundo. En ti todo se antoja delicioso y distinto. Hasta lo erótico cobra nueva significación para mí: tu sensualidad es verosímil y exquisita. Daniela, recuerdo gota a gota los besos que me diste, como los labios de coral fingido, como la pasión del silencio convertida en mujer.
Y después, te peinaba el cabello, como a una niña pequeña, cabellos de espuma, como de cerveza, como de lluvia muerta que no cesa...
Daniela, la ensoñación y la pesadilla del líquido, el reverso negativo del amor. Como un niño me aferré a tu falda a cuadros y a la sonrisa de los domingos y a los parques otoñales infestados de hojas muertas y poesía silenciosa. Hiciste de mí un amanecer de azufre, un títere sin cabeza al servicio de tu crueldad disfrazada de mujer y de sueño. Ahora soy yo el sonámbulo que limpia cada madrugada tu nombre con mi tristeza.

[Publicado en el nº12 de la revista “Náyade” de la Facultad de Filología de la Universidad de Valencia]


La pasión según Juan Cabrera

Ayer murió Juan Cabrera, olvidado, soltero, sin haber recibido los Santos Sacramentos. El entierro se celebrará esta tarde, a las cinco, y se prevé íntimo y escaso. La tierra cubrirá su cuerpo, si alguna vez lo tuvo, y su alma se reinventará en un ser nuevo que no haya comenzado a sufrir. Aunque Cabrera lo predispondrá, con toda certeza, para los martirios en su afán de ganar la canonización, el hueco privilegiado en catedrales e iglesias muertas.
Aquí yace muerto, a mi lado, ensangrentado en tinta Juan Cabrera. Tuve que matarlo, privarlo de la vida que le di, oscura, opaca, como la mía. Lo asesiné con estas manos, de dedos largos manchados de nicotina, aunque ahora huelan a tinta, la sangre de Juan Cabrera. Pero no siento arrepentimiento, sino paz: era mi deber: yo lo creé, nació de mí. Tampoco siento vergüenza, pues Juan Cabrera fue el estigma de mis pensamientos desde el instante en que nació, tormentoso y absurdo, casi por accidente. Ahora me mira con ojos de muerto, ojos huecos, y la boca abierta de dientes podridos dibuja la sardónica sonrisa de los perdedores. No es fácil ejercer de alter ego y jugar para ganar, y menos tú, Cabrera, que apostaste demasiado alto. No me arrepiento porque volverás bajo la forma del otro, del desconocido, aquél que tomará tu alma pero no tu rostro, roído ya por la muerte. Volverás y no querré encontrarte; te apartaré de mí (ya lo hice una vez) para evitar la repugnancia, el miedo de carencias que me inspiras…


Milagro agrícola (Ayer)

Ayer te vi paseando por el bosque de cerezos, absorta en tus meditaciones, cabizbaja y melancólica, como antes. Las cerezas caían maduras a tu paso, como obra de un milagro agrícola, y se pudrían y florecían en nuevos cerezos noveles cuando ya te habías alejado lo suficiente. Sentí temor, pero también sentí tu gracia que me tocaba desde lejos, como una caricia aureolada que fecunda almas y corazones áridos. En mi pecho, siempre yerto y sin vida, brotó de entre la carne otro cerezo, laureado y espeso, que florecía y maduraba sus frutos a medida que me acercaba a ti, lleno de gracia. Tú, cabizbaja y melancólica, extendiendo el bosque de cerezos hasta donde llega el mar.


H. J. Wassermann

Icaria no es esta ciudad; se precipita sobre las entendederas de los hombres durante la vigilia y devora su voluntad hasta reducirlos a abúlicos esclavos del instinto. El hombre retrocede a la condición animal, y ya no es hombre. Icaria es una fábrica de fieras, una planta de reciclaje del humano bestiario, la redención de la inteligencia en aras de una tabula rasa para la civilización hasta entonces precedente. Es el fin de la historia escrita; a partir de aquí no hay ni ayer ni mañana: sólo un hoy infinito. Icaria, granja maldita, contigo morirán las palabras y un poco de mí también. Primero olvidaremos la escritura; después el habla; por último las ideas. Aprenderemos a no aprender; a desaprender lo aprendido.
Icaria sí es esta ciudad; se agotaron hace mucho las entendederas, pero los hombres son felices en el cómodo sueño de la ignorancia; nuestras vidas son tan simples como un alfiler. Abomino de Icaria y del doctor Wassermann, aquél que era antes. Yo ideé y construí Icaria, y ahora, prisionero de sus efectos, de esta estupidez narcótica y del imperativo de los instintos, me abandono definitivamente a la suerte de la abulia y de la amoralidad.
Icaria no es ninguna ciudad; la humanidad es una piara inmensa que copula y husmea tubérculos para sobrevivir. Wassermann es uno de tantos nombres olvidados a lo largo del hoy infinito.


Sed de ti

Mis dedos calcinados acarician el vacío sedientos de ti. Tu invocación desfigura mi boca amarga. Mi alma despellejada vaga errante a través del silencio, como alma en pena, como espectro castigado en amores que no halla descanso en las noches permanentes de tu ausencia. He sido engullido por las sombras y por los días nonatos, que no amanecen, que temerosamente se burlan de mí agazapados en algún lugar del otero. Mi lamento es el de los dioses menores, dioses muertos, castigados con tu indiferencia punitiva, en tu mirada de hielo gris que congela el tiempo, que desgarra a jirones el recuerdo de los años felices. Y siento en el estómago la eclosión de los huevos de serpiente que tú desovaste al calor de la vergüenza ajena. Y sufro los tábanos negros que devoran el entendimiento y que, anidados en tus besos, revolotean hoy como hijos del deseo oscuro.

Amamantarás mi ira con tus pechos secos, pálidos ya de sustancia, y tus besos serán huérfanos de labios que compitan con los míos. Morirán contigo las luces del pasado para que se asienten, sobre tu cuerpo, las delicias de la tiniebla urbana, y tu vientre, ahora macerado, sufra el castigo de vientos hostiles. Aunque antes parirás, lo sé, bastardos sin cabeza, sin nombre, sin cuna para apropiarse, sin sangre que honre la tuya; sólo veneno en sus venas.

Y preguntarás por qué te odio, por qué cebo mis palabras con tanto rencor antiguo, con tanta desesperación caduca, florecida en hongos negros sin esporas; para ti, mis palabras se agudizan por cortar el aire que respiras. Te odio porque no te odio, porque de tanto odiarte te he olvidado, y en el olvido he dejado de odiar.


Jardines opiáceos

Raquel, doncella de sueños góticos, ninfa escurridiza de jardines opiáceos en la gran ciudad, carámbano femenil desde el tiempo amarillo, de ti sólo queda una sonrisa nostálgica tatuada en mi corazón.
Raquel, símbolo de pasión inflamable, ¿por qué mis manos no te olvidan y aún sienten tu cuerpo como un gozoso apéndice extirpado de mi alma? Es medianoche, hora de las sombras, del recogimiento y de la soledad (terrible enfermedad que devora y confunde mis pensamientos); el silencio reina, pero no gobierna; las palabras son mudas, apenas esbozadas por tus labios; tus labios, ya libres, buscan sendero hacia los míos; la mirada triste, espejo del recuerdo; las palabras ya no sirven, están obsoletas; mis manos, tus manos, tus labios, mi piel; un sueño, nada más que un sueño, una aventura apenas concebida a pie de página, con chorros de tinta roja que manan de fuentes estilográficas. Silencio. La travesía hasta tu sexo truncada por un manotazo invisible (tara del entendimiento). Te acaricio, y acaricio mil cuerpos femeninos, ondulantes, casi vivos. Es entonces cuando tu tacto es eléctrico, de seda conductora, que comparte con la humedad los beneficios del alumbramiento.


Costumbre animal

Morderse las uñas es un vicio detestable, un falso aseo, una costumbre animal. La mano busca la boca y el incisivo corta el tocino de la piedra, mutila el dedo antes que sea garra. No importa que coma la suciedad del día, que los microbios se ensaliven o que me lleve un pedazo de la uña buena, la que no es tocino: siempre tendré las manos bonitas porque nunca dejaré que sean garras. Después muerdo los pellejos que resistieron la dentellada, castigo la piel que empezó a aceptar el nacimiento de la garra, la escupo con la saliva y los microbios y esta suciedad del día que aún no me ha quedado entre los dientes.
Morderse las uñas es un vicio detestable, un falso aseo, una costumbre animal, me decían. En el colegio, la profesora me ataba las manos al pupitre para que no encontraran la boca, pero yo mordía al aire para morder las uñas de los demás, porque temía que sus apetitosas piedras atocinadas se curvaran en garra, que no tuvieran las manos bonitas, que reventaran el dedo en donde estaban engastadas.
Morderse las uñas es un vicio detestable, un falso aseo, una costumbre animal, me repetían, aunque sintiera la garra crecer, y el dedo deformarse, y mis manos ya no las viera bonitas, nido de microbios, suciedad de días y días, suciedad de mi vida entera, esa suciedad que se hace tocino y luego piedra, piel, pellejo que no muerdo, encía, diente en el dedo.

[Publicado en la revista “La bahía de los cocos”, número 15 de abril de 2005, bajo el seudónimo de “Carlos Wieder”]

A MODO DE BIO-GRAFÍA

Nací en Valencia, en 1978, aunque he pasado la mayor parte de mi vida en Requena. Desde muy temprana edad he sentido predilección por las letras, aunque si tuviera que citar mi primer contacto con la poesía, creo que sería a través de los vinilos de Serrat, sobre todo “Mis poetas”, que mi padre escuchaba cada domingo. Sin saberlo, oí los versos de Miguel Hernández, Antonio Machado, León Felipe o Rafael Alberti antes de que pudiera leerlos: de ahí que siempre haya asociado música y poesía o que el poema se hace en la recitación y no en la escritura o en la lectura silenciosa. También le debo a mi padre que me enseñara a escuchar estas canciones, a desgranar el significado de cada palabra y a verlas en su conjunto para que todo tuviera sentido.
De mi madre heredé el gusto por la lectura de obras narrativas, el placer de que me contasen historias, y la consideración del libro como un bien precioso, más allá de su valor literario. Aprendí a vivir entre libros, casi siempre los mismos, a verlos, tocarlos, abrir sus tapas, el olor del papel, el tacto de la palabra impresa, la caricia de marcapáginas que te acerca al capítulo siguiente. Aprendí a usar el libro, pero también cómo deberían usarlo otros y quiénes eran sus usuarios habituales sin necesidad de verlos leer o hablar con ellos sobre literatura.
“El colegio poco me enseñó”, decía Fito en una de sus letras, hecho que lo podría haber delatado como mi compañero de pupitre. “Poco” significa lecturas obligatorias (secuencializadas, adaptadas, falseadas), lecturas para niños, “Barco de Vapor” y la firma de Antonio Machado dibujada por primera vez en la pizarra. Aquellos versos ya no eran de Serrat, sino de un hombre que llevaba demasiados años muerto, ni mi padre era el único que conocía el significado de aquellas palabras, sino que había un interpretador a sueldo que también las conocía, un extraño que también participaba del secreto y que, además, debía revelárselo a otros, no sólo a mí. La poesía fue perdiendo su aliciente de misterio hasta que degeneró en deber escolar.
Durante la educación secundaria prácticamente dejé de leer. La asignatura de Literatura era un largo inventario de muertos y de hechos olvidados que no significaban nada para mí, porque sentía que, de alguna forma, no me pertenecían ni me ayudaban a comprender mejor el mundo en que vivía. La poesía ya no era un deber escolar, sino una víctima esporádica de esta maraña de nombres.
No fue hasta el final de esa etapa cuando descubrí que tenía cierta habilidad para escribir, aunque fuera de oído, pues aquellos textos sonaban bien cuando los leía en voz alta. En ellos no sólo había ecos de Literatura, sino también de letras de canciones (en especial de Extremoduro y Héroes del Silencio), de películas, series televisivas y momentos vividos. Me influían, creía yo, porque aún no tenía suficiente bagaje literario; pero más tarde, comprendí que era un primer acercamiento a la ruptura con los convencionalismos poéticos (temáticos y de género). De hecho, esta ruptura pasaba por ser del todo necesaria si quería que la poesía recobrase su significado y que se dejara tomar con mi propia voz (una voz nueva, recién estrenada, aunque sonara, por momentos, como la de algún muerto), pues sólo con ella podría explicar un mundo que no sabía someterse a corsés estéticos.
Cuando ingresé en la Facultad de Filología no sólo escribía de manera habitual, sino que había recuperado el gusto por la lectura. Bien es cierto que regresé al hábito como lector que escribe y no como lector ocioso ni diletante, en busca de palabras nuevas, argumentos, vidas que incorporar a mis escritos. Eran lecturas desordenadas, sin una lógica interna que las rigiese como proyecto, tan sólo la disponibilidad del libro en ese momento; de esta forma leí las obras de Orwell, Julio Llamazares, Nietzsche o Jorge Edwards, entre otros. No fue hasta el segundo cuatrimestre de aquel primer curso cuando experimenté una nueva forma de leer, condicionada por las asignaturas de Literatura, que se solapaba con la antigua, hasta colapsarla en los últimos años de carrera. Esta obligación de leer muchos libros en poco tiempo, sujeta a calificación por un examen de lectura o un trabajo de investigación, me enseñó a hacerlo como filólogo. Aprendí que el principio rector de este tipo de lectura es que no hay ningún elemento en la obra literaria por capricho, ni personajes innecesarios ni palabras azarosas; todo responde a una finalidad, ya sea la expresión de una idea o la manifestación de una determinada estética. Por tanto, el trabajo del filólogo es interpretar la función que realiza ese elemento en el plan maestro de la obra literaria. En otras palabras, el filólogo debe volver sobre los pasos del escritor, reconstruir el proceso de escritura desde el texto acabado hasta identificar la idea de la que partió. Este punto de inflexión, donde lectura y escritura convergen, supuso el afianzamiento de mi vocación de escritor, lector y filólogo, además de determinar mi futuro profesional.
Sin embargo, la formación universitaria habría sido del todo insuficiente si desde un principio no hubiera entablado amistad con Pini, Sergio, Pablo, Jorge, Esteban, Raúl o Cristina, mis compañeros de Laura y el perro de Ábalos. Antes de que constituyéramos el grupo ya sabíamos de los textos que escribía el otro, hablábamos de libros y autores que no se incluían en los contenidos de la carrera y los recomendábamos entre nosotros. Fue el comienzo de un aprendizaje literario autónomo y paralelo al que se desarrollaba en las aulas, marcado por la libertad de criterio y la cooperación desinteresada. Aunque se engendrara en las entrañas de la misma universidad, jamás dependió de ella económica o académicamente hablando, ni siquiera cuando formamos el grupo poétiko, hecho que me hace sentir orgulloso de esta experiencia. Lo habitual era mendigar una subvención al vicedecano, siempre con la excusa de una publicación, o la inclusión en un taller literario homologado como asignatura de la Facultad. El espíritu crítico, bohemio, a veces canalla, de este grupo de amigos no se vendió nunca por dinero ni por créditos, ni tan siquiera agachó la cabeza ante el paso de los catedráticos. El servilismo que practicaban otros era incompatible con nuestra idea de la poesía y de la literatura.
La formación de Laura y el perro de Ábalos fue el paso siguiente. Aunque todos la recordamos como un hecho espontáneo, casi accidental, con los años he llegado a comprender que fue inevitable. Las circunstancias que he comentado antes me avalan: todos nos conocíamos desde un principio, por tanto sabíamos que los demás leían y escribían con más o menos asiduidad, además de la adquisición de una formación académica semejante, que siempre servía como aglutinante, y todo esto sin contar con los dos grandes lugares comunes: Mislata y el bar de la Facultad de Filología. Cabe objetar que Cristina y Esteban cursaron estudios diferentes, pero también es cierto que durante años asistieron junto con Pini al taller de poesía que coordinaba Pere Bessó en Mislata, y cuya influencia tanto se dejó sentir en el grupo. Yo mismo la acusé a través del descubrimiento de los poetas malditos, desde Baudelaire hasta L. M. Panero, por citar un ejemplo, que oscurecieron aún más mis producciones. Por tanto, también fuimos hijos naturales de la poesía de Pere Bessó, aunque a él no le agrade la idea. Pero ésta no fue la única deuda que tuvimos con Mislata; también fue la población en la que celebramos gran parte de los recitales, incluido el primero, cuando todavía no teníamos nombre. Fue en el IES La Morería (véase el apartado de “Maldiciones”), que nos brindó la oportunidad de actuar en su semana cultural y de repetirla, de manera más antipedagógica si cabe, en el Día de la Mujer Trabajadora. Me ahorraré los detalles de estas intervenciones para citar otros lugares de la misma localidad que nos acogieron, como el centro social “La Chicharra”, las dos bibliotecas municipales, la Casa Sendra o el IES nº4, donde recitamos por última vez. El resto se celebraron, mayoritariamente, en la Universidad de Valencia, sobre todo en las facultades de Filosofía (gracias a Esteban), Filología (gracias a Jorge) y Psicología; también fueron objeto de nuestras actuaciones la Universidad Politécnica de Valencia (Facultad de Bellas Artes) y la Universidad de Alicante (a través de la Asociación Dánae-Alacant).
Los veintitantos recitales me convencieron no sólo de que la poesía se hace en la recitación, sino de la necesidad de un espacio versátil en el que pudiéramos dar a conocer nuestros textos sin forzar la voz. La respuesta fue la creación de una página web, sugerida por Cristina Muñoz, entonces vinculada al grupo, pero sin ser parte integrante. Una vez estuvimos todos de acuerdo con este proyecto, diseñamos los apartados fundamentales, en principio, a imagen de una revista electrónica, y designamos a un gestor. El primero fue Pablo, pero renunció al poco tiempo en favor de Jorge, que se responsabilizó de ella hasta la disolución definitiva de Laura y el perro de Ábalos. El contenido de la web no se limitaba a nuestros textos de creación, sino también a aquellos que expresaban ideas relacionadas con la literatura, como editoriales, artículos de opinión, trabajos de investigación realizados en la Facultad, noticias culturales, reseñas sobre libros, listados de libros recomendados (o no recomendados), colaboraciones externas al grupo... Eso sí, entregados con la mayor irregularidad posible. También se rendía cuenta a los autores consagrados cuyos poemas utilizábamos para nuestros recitales, normalmente, en forma de dossier que aunara vida, obra y textos más representativos, siempre bajo el epígrafe de “Autor del mes”. De esta tarea se encargaba Jorge, tras previa consulta al grupo, en la mayoría de los casos. También fotografiaba o filmaba gran parte de los últimos recitales para, más tarde, colgar las imágenes en la página web. Otras veces era su hermana, Rebeca Tomillo, quien sostenía la cámara; aunque si en algo le estamos profundamente agradecidos es en el diseño del logotipo (sí, el que has visto en la portada, lector) y en la confección de muchos de los carteles que promocionaban nuestras actuaciones.
El tercer proyecto que caracterizó a Laura y el perro de Ábalos, además de los recitales y la página web, fue la grabación de algunos de nuestros poemas en compact disc. Las voces de Sergio, Esteban, Raúl, Pini, Cristina, Jorge y la mía propia quedaron atrapadas como audiolibro gracias a la paciencia de Bernat Martí y a su buen hacer en limpiarlas de respiraciones y suspiros involuntarios. El resultado fue más que digno, sobre todo si tenemos en cuenta que éramos los únicos responsables de su edición, financiación y venta. De hecho, fue una propuesta de Jorge como medio para recabar fondos para el grupo, ya que la publicación de un libro resultaba más costosa. La acogida fue excelente entre nuestros amigos, familiares y demás incondicionales, pero no sabemos todavía cómo reaccionaron aquellos que compraron el disco sin conocernos muy bien y que cometieron la imprudencia de escuchar la pista oculta que incluimos...
En resumen, Laura y el perro de Ábalos apostó por la provocación y el arte en libertad, sin pretensión alguna, para implicarse después en proyectos más elaborados que le restaban espontaneidad y cierta dosis de rebeldía.
A partir del último año de carrera y hasta el final definitivo del grupo poétiko, peregriné por distintos talleres literarios de cuento y poesía. En un principio me impulsaba el deseo de conocer otras maneras de entender la literatura y no el de aprender contenidos nuevos; más tarde, tras licenciarme y comenzar a estudiar oposiciones, también me sirvió para recuperar el lado más ocioso de la poesía y llenar el vacío que sentía como estudiante sin aula. Es cierto que todavía formaba parte de Laura y el perro de Ábalos, pero mi militancia se me antojaba cada vez más una obligación y menos una afición. De hecho, fui perdiendo el gusto por los recitales, aunque intentara paliarlo con la propuesta de tertulias literarias y demás proyectos fracasados. El mayor inconveniente era que seguía leyendo y escribiendo, sobre todo prosa narrativa, a pesar de que no encontrara un motivo nuevo ni definitivo. Estos talleres literarios se convirtieron en una solución transitoria, que en ocasiones me daban la oportunidad de publicación, pero no una perspectiva de futuro. El único, y más importante, que funcionaba al margen de esta dinámica, era el taller de poesía de la U.P.V., coordinado durante cada curso por Elena Escribano. Allí no sólo encontré un enfoque distinto, sino que descubrí el rostro más humano de la poesía: era el del poeta novel que asistía regularmente y no el del poeta consagrado que invitaban cada trimestre. A este último no le temblaba el pulso cuando sostenía el papel, ni se le enredaba en la lengua ningún verso, ni sabía más de él de lo que querían decirme sus libros. Yo me sentía más identificado con los que no hallaban la palabra perfecta, pero cuyos textos hablaban de sentimientos cotidianos.
En la actualidad doy clase de Lengua Castellana y Literatura en el IES de Turís. Mi trabajo es procurar que adolescentes de catorce a dieciséis años lean y escriban con cierta corrección, soltura y orden. Sé que es una tarea complicada, tanto para ellos como para mí, pues el oficio de profesor puede parecer cómodo, pero en ningún caso sencillo. Día tras día me esfuerzo para que sientan los poemas de Antonio Machado cada vez más vivos o comprendan en qué les afecta hoy que Alfonso X fijase el uso de algunas letras a mediados del S. XIII. No sé si logro realmente estos objetivos, y a veces creo que no comprenden por qué me gusta tanto la literatura. Intento contagiarles este sentimiento de palabra, a través de lecturas voluntarias, el debate sobre los textos y las actividades de taller literario o de creación, porque así fue como llegué a encontrarle sentido a esta asignatura y a interesarme por la lectura y la escritura. Este texto también participa de esa voluntad, y espero que algún día caiga en manos de alguno de ellos, o de futuros alumnos, para que lleguen a gustarles tanto la poesía que, un buen día, por sí mismos, suban a un escenario con la intención de recitar un poema que explique el mundo que ellos viven. A todos ellos, van dedicadas estas palabras.
No quisiera despedirme sin antes comentar los textos que he incluido en este librito, aunque hoy los lea como si fueran de otro, pues los deseos y las fobias que los inspiraron caducaron hace mucho tiempo. Soy consciente de que la sensación que pueden causar al lector es de pesimismo, oscuridad y exceso retórico, sin citar algunos fallos de estilo, que he intentado corregir ahora en la medida de lo posible. También puedo comprender la sorpresa de encontrar en una publicación poética textos en prosa, fruto de la ruptura de géneros que explicaba antes, pues creo que la poesía reside primero en la intención y después en las figuras retóricas, especialmente en la metáfora. La métrica, en cambio, no hace al poema, aunque le aporte musicalidad; en cuanto al ritmo, la mejor manera de regularlo es a través de la puntuación, la sintaxis y el uso de conectores, oracionales o textuales, para que no desautoricen la escritura en prosa. Sobre los temas y estructura temática, reconozco que predominan el amoroso y el social o filosófico, apoyado, a veces, en la imaginería religiosa, las palabras de otros escritores y las referencias a canciones y a películas, como en el caso de “H. J. Wassermann”, inspirado por la película “La máquina del tiempo”, de 1960, y la figura del novelista que le da título al texto. Estos temas los estructuraba según los procedimientos de paralelismo y contraste, siempre en forma de gradación, para conducir al lector hacia un final climático o de máxima emoción.
Además, he intentado ordenarlos partiendo del más antiguo, “Recuerdos del líquido”, escrito en 1998, pero publicado en 2003, hasta el más reciente, “Costumbre animal”, ya de 2005. Dado que durante un tiempo tuve la tendencia a escribir breve, a imitación de Antonio Gamoneda, he decidido agrupar estos microtextos en un sólo, según criterios temáticos y cronológicos, bajo el título de “Sed de ti”.
Muchos van a ser los que quedarán inéditos, y es justo que así sea, porque su calidad, tema o fecha de escritura en nada se ajustan a lo que fue Laura y el perro de Ábalos. Duerman, pues, el sueño de los justos hasta que una nueva ocasión los requiera.

Del lector tan sólo me queda despedirme, y desearle una lectura sin prejuicios como única forma de disfrutar de estos textos.



Héctor Monteagudo Ballesteros,
en Valencia, a 16 de abril de 2007

martes, 8 de enero de 2008

20+1 libros recomendados para bachillerato 2008

A menudo olvidamos que hay muchos libros que merecen ser leídos más allá de las lecturas obligatorias que cada asignatura programa, tal vez, porque no son materia de examen, ni siempre representan un positivo en la libreta del profesor. Estos libros no suelen caber en las programaciones didácticas, ni en las leyes educativas, ni en los manuales de Historia de la Literatura, porque su objetivo es otro, el de proporcionar placer a quien los lee. No hay ninguna otra pretensión. No os harán ni más sabios, ni más sensibles y, por supuesto, no os acercarán mucho más a ningún título académico.
La lista que os ofrezco, a petición vuestra, peca de parcialidad, como todas las listas que os encontraréis en la vida, pues los títulos que he incluido responden a mi gusto personal, y no tienen porqué coincidir con el vuestro. En cualquier momento podéis hacer valer vuestro derecho como lector y abandonar el libro que habéis elegido de la lista en la página 10. Nadie os sancionará, ni tampoco tendréis que rendir cuentas, aunque si queréis expresar vuestra opinión sobre la lectura, ya sea porque os ha parecido aburrida, difícil o indigesta, siempre será bien recibida. Hablar sobre un libro, pese a que no nos haya gustado, o lo hayamos terminado, es un sano ejercicio de reflexión sobre la Literatura. Por el contrario, si os ha gustado, si habéis disfrutado realmente, y os nace decirlo, también me gustaría que me lo comunicarais, pues hay tantos lectores como lecturas, y siempre me ha intrigado saber qué libros funcionan y por qué.
Sin embargo, esta lista no tiene carácter sagrado: hay muchos libros más que no he incluido, que podéis descubrir en bibliotecas, librerías o en un estante del salón familiar. Para que podáis recomendarlos al resto de compañeros de clase, he dejado unas líneas punteadas, en las que sería necesario que apuntarais no sólo el título, autor o editorial, sino también un breve comentario personal (tal y como he hecho con cada libro que he reseñado) y el nombre y apellidos de quien lo recomienda.

Literatura en castellano
En este apartado encontraréis libros escritos originariamente en castellano. Los he seleccionado según tres criterios: género, época y nacionalidad de los autores. En cuanto al género, sólo he escogido aquellos títulos que pertenezcan a la prosa narrativa, ya sean novela, novela corta[1] o libro de relatos, porque creo que os facilitará su lectura y os será más ameno que leer poesía lírica o teatro. De todas formas, si alguno de vosotros está interesado en libros de otros géneros, recomiendo la antología poética Raíz de amor, de la editorial Alfaguara Juvenil, que recoge algunos de los mejores poemas de la literatura contemporánea castellana, tanto peninsular como latinoamericana. Si por el contrario, sentís curiosidad por el teatro, podéis leer obras de dramaturgos actuales como José Luis Alonso de santos, José Martín Recuerda, Lauro Olmo, Fernando Arrabal o Rodrigo García.
Sobre la época, he preferido aquellos libros que hubieran sido publicados a partir de la mitad del S. XX hasta la actualidad, para que la ambientación de la trama no os resulte demasiado extraña y os podáis identificar, fácilmente, con los personajes.
Por último, he procurado equilibrar esta lista citando cinco títulos de la literatura hispánica peninsular junto a otros cinco de la literatura hispanoamericana, pues el peso de esta última está avalado por más de 350 millones de hablantes que viven, leen y escriben con indiscutible calidad al otro lado del Atlántico.


La sombra del viento, Carlos Ruiz Zafón, CÍRCULO DE LECTORES.

Desde que Daniel Sempere eligió el libro La sombra del viento en el Cementerio de los Libros Olvidados ha sentido la irrefrenable curiosidad de saber más de su misterioso autor, Julián Carax. Esta curiosidad lo conducirá por las peligrosas calles de la Barcelona de posguerra, siempre acompañado por su fiel amigo, Fermín Romero de Torres, quien le ayudará a desentrañar el secreto que se esconde tras las páginas de la novela. Ruiz Zafón escribió una novela adictiva, de estilo claro y accesible, bien dosificada en la trama (sabrás lo justo para querer pasar a la página siguiente), pero que no te dejará indiferente como lector.


El paraíso de los mortales, Luis Mateo Díez, Alfaguara.

Mino Mera nunca se imaginó que quedarse en casa para estudiar las asignaturas que tenía pendientes para septiembre le salvaría la vida. Tras la muerte de sus padres y su hermana en un accidente de tráfico, deberá arreglárselas sólo y, aún más, averiguar el paradero de su enigmático tío Fabio, único pariente vivo que le queda, desaparecido años atrás. El paraíso de los mortales es una novela de humor y misterio, en la que el protagonista se verá inmerso en numerosas situaciones extravagantes.


Últimas tardes con Teresa, Juan Marsé, varias ediciones (Planeta, Cátedra, RBA…)

Historia de amor y de desamor entre el Pijoaparte, un xarnego[2] rebelde, y Teresa, niña bien, hija de industriales catalanes. La primera novela de Juan Marsé dibuja las líneas principales que seguirá la mayor parte de su obra posterior: la ambientación en la ciudad de Barcelona, en los años cincuenta; la mujer rubia, fría, caprichosa, como objeto de deseo del protagonista, un adolescente que vive a expensas de la sociedad, pero en lucha contra su propio destino como marginado… En definitiva, un relato delicioso con el que disfrutaréis y, a buen seguro, os interesará por otros títulos de este autor.


Cuando fui mortal, Javier Marías, Alfaguara/ Colección Punto de Lectura, Santillana Ediciones Generales S. L.

Colección de cuentos fascinante, imaginativa, del autor de Corazón tan blanco. La temática de los doce relatos cortos que componen este libro oscila entre las relaciones de pareja, la amistad, el amor o el fútbol, como en “El médico nocturno”, “La herencia italiana”, “Prismáticos rotos”, “En el tiempo indeciso” o el que le da título a esta obra, “Cuando fui mortal”, en el que el narrador cuenta su historia después de muerto.


Sin noticias de Gurb, Eduardo Mendoza, Seix Barral Editores, Biblioteca Breve.

Dos extraterrestres aterrizan en España en 1992, durante la celebración de las Olimpiadas. Uno de ellos, Gurb, decide conocer a los terrícolas por su cuenta, transformado en la cantante Marta Sánchez. A partir de aquí, el otro extraterrestre intentará encontrar a Gurb por todos los medios posibles y nos detallará sus pesquisas en el diario estelar que lleva consigo. Novela de humor descabellado, grotesco, divertida, que gustará a todo tipo de lectores.


La tregua, Mario Benedetti, varias ediciones (Cátedra, Alianza, RBA…)

A través del diario personal de Santomé, un oficinista uruguayo a punto de jubilarse, viudo y con hijos, conoceremos su último romance con la joven becaria Laura Avellaneda. La novela más leída de Benedetti comparte con su poesía el tono romántico y melancólico que lo ha convertido en uno de los grandes de la literatura latinoamericana.


Final de juego, Julio Cortázar, Alianza Editorial.

Libro de relatos del genial escritor argentino Julio Cortázar. Son cuentos mágicos, a menudo inclasificables, que no sólo juegan con las palabras, sino también con el espacio y el tiempo. Otros libros de relatos del mismo autor que recomendaría son Bestiario, Historia de cronopios y famas, Todos los fuegos el fuego, Las armas secretas y Libro de Manuel. Además, escribió una de las mejores novelas en castellano del S. XX, Rayuela, que no he añadido a esta lista por su dificultad de lectura.


La casa de papel, Carlos María Domínguez

Éste es un libro de libros, en el que la pasión de la literatura como objeto estalla en un sorprendente desenlace cerca de Tierra de Fuego, en los confines del mundo. Su autor, uruguayo, poco conocido en España, rinde un emotivo homenaje a los bibliófilos, a los que atesoran libros, forzando su afición hasta la obsesión compulsiva y la locura, aunque con palabras sencillas y accesibles.


Confabulario definitivo, Juan José Arreola, Cátedra Ediciones.

Libro de relatos imprescindible, irreverente con la división tradicional por géneros, que no duda en imitar, con intención irónica, los textos publicitarios, como en “Baby H. P.” o “Anuncio”; reescribir de forma nueva viejas fábulas, como en “Parturient Montes”; o aprovechar los miedos comunes del hombre, más allá de las narraciones clásicas de terror, como en “La migala”. Confabulario es la obra de toda una vida. Durante años, Arreola, mejicano de nacimiento, escribió y corrigió cada uno de estos cuentos hasta llegar a la palabra justa, es decir, a la versión definitiva. Un libro que te hará sonreír y pensar a un mismo tiempo.


La invención de Morel, Adolfo Bioy Casares, varias ediciones (Cátedra, Alianza, RBA…)

Según dijo J. L. Borges[3], una novela perfecta, aunque su argumento le deba mucho a viejas películas de ciencia ficción. Comienza con la llegada del protagonista a una isla aparentemente desierta, pero que guarda en su interior un fabuloso secreto que asombrará al propio Morel. Al igual que Julio Verne o H. G. Wells, el escritor porteño se adelantó a su época, para ofrecernos la primera novela sobre realidad virtual.


Literatura traducida de otras lenguas
Aquí he seguido los criterios de género y época del apartado anterior para la selección de lecturas. Además, he procurado seleccionar aquellas ediciones cuya traducción mejor se ajuste al espíritu del original, a la vez que asequibles al bolsillo y fáciles de encontrar en bibliotecas y librerías.

La conjura de los necios, John Kennedy Toole, Colección Quinteto, Anagrama.

Ignatius Reilly es un treintañero adiposo, quijotesco, soltero y sin trabajo, que todavía vive con su madre, en Nueva Orleáns. Sus aventuras por conseguir un trabajo estable, y el romance entre su madre y el patrullero Mancuso, hacen de esta novela un retrato ácido de la sociedad norteamericana que, a buen seguro, os harán soltar alguna carcajada.


Siddhartha, Hermann Hesse, Colección Ave Fénix, Plaza & Janés/ Colección Biblioteca de Autor, Alianza Editorial.

Narra el viaje místico de Siddhartha, acompañado, en un principio, de su amigo Govinda. A mi juicio ésta es la mejor novela del autor alemán, aunque también son recomendables Demian, Bajo las ruedas o El lobo estepario, más conocidas, y que comparten el tema del “crecimiento interior” del ser humano.


La espuma de los días, Boris Vian, Alianza Editorial.

Novela de culto de un escritor de culto. Las relaciones amorosas de dos parejas adolescentes constituyen la trama central, en la que también se mezclan, no sin cierta ironía, la pasión por el saber, la pérdida de la inocencia, la música, el amor, el dolor y la muerte. En sus páginas anidan imágenes surrealistas que ponen el espacio narrativo al servicio de los sentimientos de los protagonistas y que dotan de lirismo a una narración ya de por sí nada convencional.


El barón rampante, Italo Calvino, Ediciones Siruela.

El primer libro de la trilogía “Nuestros antepasados”[4] del escritor italiano Italo Calvino relata una historia fabulosa sobre el inconformismo y la rebeldía, ambientada en el S. XVIII. Su protagonista, Cosimo Rondò, decide vivir en la copa de los árboles, y no pisar nunca tierra firme, por culpa de una discusión con su padre. Crecerá, dormirá y vivirá numerosas aventuras andándose por las ramas.


Fahrenheit 451, Ray Bradbury, Colección Ave Fénix, Plaza & Janés.

¿Cómo sería el mundo si los libros estuviesen prohibidos? Ésta fue la pregunta inicial que se formuló Ray Bradbury, también autor de Crónicas Marcianas, para escribir esta novela. Imaginó un futuro en el que una brigada especial de bomberos se encargaba de quemar bibliotecas, clandestinas, en las que se guardaban obras de Cervantes, Shakespeare, Molière o Goethe, sin importar que sus dueños sacrificasen su vida por ellas. Una invitación a la reflexión sobre la literatura y el papel que ejerce en nuestra sociedad.


Sostiene Pereira, Antonio Tabucchi, Compactos Anagrama.

Tras la fachada de novela amable, se esconde un convincente alegato a favor del compromiso político. Antonio Tabucchi se inspira en la vida de un viejo periodista portugués, que conoció en Lisboa, redactor jefe de la sección cultural de un diario conservador, que a raíz de la amistad que le une a un joven italiano de izquierdas y a su novia, comienza a rebelarse contra la dictadura que asolaba su país en los años 30. Es una novela sencilla, aunque emotiva y vigorosa, que tuvo una excelente versión cinematográfica encarnada por Marcello Mastroianni.


Seda, Alessandro Baricco, CÍRCULO DE LECTORES.

Baricco revisa los viajes de Marco Polo, hoy convertidos casi en un mito, tomando como base argumental su amistad con el poderoso Gran Khan. Relato breve, pero hermoso, que nos transporta a regiones entonces inexploradas a través de un lenguaje claro y rico en matices.



Música para camaleones, Truman Capote, Compactos Anagrama.

Colección de relatos aparecidos en la revista norteamericana The New Yorker, del autor de la novela negra A sangre fría. Además de algunos cuentos memorables, como el protagonizado por Marilyn Monroe, “Una adorable criatura” (que dio origen a la expresión “15 minutos de fama”), incluye otros ambientados en su Nueva Orleáns natal, como “Deslumbramiento”, y una novela corta, Ataúdes tallados a mano, de género policíaco. El estilo periodístico de Capote, claro, sencillo, falsamente objetivo, nos acerca todavía más a la realidad en que se mueven sus personajes.


Mefisto, Klaus Mann, Colección Ave Fénix, Plaza & Janés.

La vida de una compañía de actores alemanes le sirve a Klaus Mann para denunciar el arribismo y la traición ideológica con la que se nutrieron las filas del nazismo. Su protagonista, Höfgen, primero comunista y más tarde nazi, enemigo de sus amigos, encarna la ambición a cualquier precio de un ser mediocre.


Creía que mi padre era Dios, Paul Auster (editor), Compactos Anagrama.

Libro de relatos original, que nació de la idea de Paul Auster de solicitar a la audiencia de su programa de radio que contasen una historia interesante que les hubiera ocurrido. Páginas inolvidables, como la que narra la anécdota de la “pluma de escribir”, donde la realidad supera, con creces, la ficción.

[1] Se considera novela corta (o relato largo) a la obra narrativa, escrita en prosa, inferior a 150 páginas.
[2] La palabra “xarnego” es con la que denominaban a los emigrantes venidos de Andalucía, Extremadura, Castilla o Murcia que se instalaban en Barcelona para trabajar o, simplemente, para huir de la pobreza.
[3] Éstas son las palabras exactas de Borges: “He discutido con su autor los pormenores de la trama, la he releído; no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta”.
[4] Los títulos siguientes de la trilogía son El vizconde demediado y El caballero invisible, también publicados en la misma editorial.

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