He aquí una nueva entrega de los artículos que escribí para el curso "La educación literaria en los nuevos currículos". El inicio puede parecer algo tremendista, y en ningún caso se puede aplicar a todo el alumnado, aunque tampoco podemos negar que esta forma de concebir la realidad sea minoritaria entre los adolescentes. La parte del cuerpo argumentativo realativa a las competencias básicas, era un requisito de la pregunta que he suprimido del enunciado.
¿Puede afirmarse que los cambios de los hábitos lectores de los jóvenes estén cambiando?
Sí, porque la manera en que se relacionan con la realidad es dinámica, cambiante y cada vez más compleja. En primer lugar, son hijos de su tiempo y de la sociedad de la información, que transmite por saturación, todos los días, una inabarcable cantidad de datos mediante soportes muy diversos que exceden los límites del papel. En segundo lugar, debido a su edad, es decir, por su estado de madurez psicológica e intelectual, absorben cualquier información, venga de donde venga, sin saber discriminar lo importante de lo prescindible, hasta conformar un inventario de conocimientos superficiales, inconexos, marcados por tendencias consumistas que se desvanecen pasados unos meses y que tienen como fuentes preferentes los medios audiovisuales, pues requieren mucho menos esfuerzo de descodificación, comprensión o interpretación que las fuentes librescas tradicionales. La consecuencia inmediata es que el adolescente adquiere una conciencia acrítica sobre los contenidos a los que accede, reforzado por ciertos valores sociales al alza que priman lo nuevo, lo divertido y el disfrute rápido por encima de la verdad, la calidad o la creatividad.
Por todo ello, resultan imprescindibles las competencias básicas: la competencia digital, por ejemplo, les habilita para acceder y elaborar con eficacia cualquier información que necesiten, aunque ya estén familiarizados con la mayoría de los soportes a los que afecta; la competencia en comunicación lingüística garantiza el desarrollo de sus microhabilidades para que logren cualquiera de sus propósitos comunicativos; la competencia de aprender a aprender les dota de autonomía para adquirir nuevos conocimientos para desenvolverse por sí mismos en una realidad cambiante y en una sociedad dinámica, que planteará retos cada vez más complejos que no se podrán resolver con soluciones obsoletas; la competencia social y ciudadana les servirá para ejercer su ciudadanía de manera responsable, positiva y solidaria; la autonomía e iniciativa personal no sólo estimulará su empatía, necesaria para la adquisición de la competencia anterior, sino que será el mecanismo que los acercará a una verdadera edad adulta, en la que puedan disfrutar de todas sus ventajas y asumir todos sus inconvenientes.
Por todo ello, resultan imprescindibles las competencias básicas: la competencia digital, por ejemplo, les habilita para acceder y elaborar con eficacia cualquier información que necesiten, aunque ya estén familiarizados con la mayoría de los soportes a los que afecta; la competencia en comunicación lingüística garantiza el desarrollo de sus microhabilidades para que logren cualquiera de sus propósitos comunicativos; la competencia de aprender a aprender les dota de autonomía para adquirir nuevos conocimientos para desenvolverse por sí mismos en una realidad cambiante y en una sociedad dinámica, que planteará retos cada vez más complejos que no se podrán resolver con soluciones obsoletas; la competencia social y ciudadana les servirá para ejercer su ciudadanía de manera responsable, positiva y solidaria; la autonomía e iniciativa personal no sólo estimulará su empatía, necesaria para la adquisición de la competencia anterior, sino que será el mecanismo que los acercará a una verdadera edad adulta, en la que puedan disfrutar de todas sus ventajas y asumir todos sus inconvenientes.
4 comentarios:
Pues sí, cambian los formatos, el modo de lectura, el modo de percepción, tantas cosas. Creo que un monje medieval no entendería el modo de leer de un hombre del XIX y éste, a su vez, sería incapaz de comprender nuestra lectura en el autobús o mientras escuchamos música. Ahora nos tocará a nosotros adaptarnos a esos modos de leer del siglo XXI. Eso creo.
Amigos de "Canibalibro": vuestro álbum ilustrado es fantástico, tal y como he comentado en el blog.
Antonio: estoy de acuerdo contigo, pero lo que hace más interesante esta reflexión es que estamos inmersos en un momento de cambio de modelo lector, sin saber a ciencia cierta qué nos deparará. Una de esas incertidumbres tiene que ver con el futuro del libro en papel, que unos creen muerto y enterrado, mientras que otros, entre los que me cuento, aún confíamos en la supremacía de la página impresa. Tal vez sea por cuestión de fetichismo, por amar el libro como obra y como objeto, o por miedo de que si desaparece su forma física, también desaparezca la intelectual, es decir, que se pierda el hábito de lectura. Lo único que tengo claro es nuevo modelo lector ataca por el flanco del formato, oculto tras el caballo de Troya de las Nuevas Tecnologías. El tiempo dirá si debemos mantener nuestras antiguas lealtades o pensar en cambiar de bando. Un saludo, amigo, y no te asustes, hoy me encuentro retórico.
Estoy de acuero, pero solo en parte. Es in dudable que los hábitos de lectura de un chaval de hoy en día con la de uno de postguerra, pero, aunque las diferencia sena menores, tampoco son los mismos hábitos de un sudamericano y de un chico nacido en las afueras de Madrid, por poner dos ejemplos.
Es cierto que los hábitos cambian porque la realidad, a lo largo del tiempo, también cambia y eso influye, inevitablemente en los lectores. Para leer no solo se necesita engarzar una letra con otra, sino que hay que poner en juego una serie de conocimientos, referidos tanto al uso de la lengua como culturales o literarios para poder descifrar la intención comunicativa de un texto de manera eficaz. Parte de esos conocimientos se adquieren en la escuela, pero otros son fruto de un aprendizaje informal, es decir, por medio de lecturas voluntarias, conversaciones con otras personas, visionado de películas o programas de televisión o interacciones en la Red. Esa es la principal diferencia entre un lector de la Posguerra y uno actual: no hay un único canal de formación e información, ni siquiera dominante, como fue el papel, es decir, los libros, muchas veces enmarcado en el ámbito académico. También la cantidad es mucho mayor, pues la información y el número de publicaciones es mucho mayor que en los años cuarenta. En cuanto a los lectores sudamericanos, se debe tener en cuenta tanto el bagaje formativo que traen de la escuela como la forma que tienen de entender la realidad, un hecho que se percibe con fuerza en las obras de autores latinoamericanos desde Borges a Juan Gelman. Un saludo y gracias por tu comentario, David.
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