Los últimos días del curso escolar no solo sirven para evaluar, afinar calificaciones, realizar recuperaciones, fijar exámenes o prescribir trabajos de verano. También sirven para reflexionar sobre todo el proceso, sobre lo que se ha aprendido y sobre lo que no, para saber qué se debe mejorar y cómo, pero, sobre todo, para relajar la tensión que acumulan alumnos, padres y profesores en actividades más lúdicas -y tal vez más provechosas- que, en mi caso, suelo dedicar a la lectura.
Una de las actividades que siempre he deseado poner en marcha es un club de lectura, como ya expliqué hace tiempo en este blog, donde todos acordaran, leyeran y compartieran sus opiniones, ideas o sentimientos sobre cualquier libro, sin el corsé asfixiante de unos contenidos dominados por la historiografía literaria ni la obligación de una calificación académica. Así se lo manifesté a mis alumnos de Tercero de ESO D, en previsión de la desbandada general, del caos, que suele imponerse en estos días, y en respuesta a un "¿Qué vamos hacer?", algo hastiado de tanta sintaxis y de tanto análisis de obras clásicas. La idea entusiasmó a una mayoría de estudiantes que habían aprobado Castellano conmigo y que ya me habían comentado su afición por leer, por intercambiar libros y por alimentar una curiosidad recíproca -entre ellos, muchas veces al margen de los adultos- por la palabra escrita, lo que les había descubierto, a su vez, títulos emocionantes y enriquecedores.
Cuando llegó el día, aparecieron pertrechados de libros, de volúmenes generosos en páginas y en buenas experiencias, que ellos blandían con cierta impaciencia y no poco cariño. Tras pasar lista en su aula de referencia, y en vista del buen tiempo que hacía fuera, les pregunté si preferían celebrar esa única sesión de nuestro club de lectura al aire libre, en el patio, en la más pura tradición de la clase machadiana. Respondieron que sí, bajamos al patio y me dejé guiar por ellos hacía el lugar donde estuviéramos más cómodos, pues ellos conocen los espacios, recovecos y asientos mejor que yo. Nos sentamos en corro y expliqué unas sencillas reglas que ya había esbozado unos minutos antes:
-Cualquier persona que intervenga, tendrá que hacerlo de pie, ante el grupo, cuando quiera y por voluntad propia.
-Puede compartir los libros que quiera y del género que sea.
-Debe presentar la obra, ya sea mediante sus impresiones personales o por medio de un resumen del argumento.
-Tiene que argumentar por qué lo ha elegido para intentar convencer a los demás de que lo lean.
-Ha de leer en voz alta un fragmento breve de cada obra que sea representativo o que le haya gustado. Si no se decide por uno concreto, empezará con las cuatro primeras líneas que abren el libro.
-Dejará que los miembros del grupo toquen, ojeen y lean la contraportada de las lecturas que hayan traído, además de conversar con ellos acerca de esas mismas obras.
Los libros que compartieron pertenecían no solo a la Literatura Juvenil, sino también a la literatura adulta, algunos bajo la etiqueta de "best-seller", aunque confiese que hasta entonces no había tenido noticia de ellos. Yo, por mi parte, había seleccionado una antología de lírica amorosa, pues tenía la esperanza de cerrar la sesión con un poema y porque creía que no habría mejor lectura para darles que la poesía. Las chicas fueron las que encabezaron las rondas y las que llevaron la voz cantante durante la mayor parte del tiempo. Me asombró la capacidad de análisis, la de síntesis y, en especial, el dominio de ciertas habilidades para la exposición oral que muchos adultos no poseen, como la serenidad, fluidez y claridad en cada uno de sus parlamentos. También me gustó que no fuera un monólogo plano, sino que apelasen los unos a los otros en busca de referencias y de pareceres similares o contrarios, lo que le confirió la espontaneidad y riqueza de una conversación, a la vez que confirmaba que habían creado una pequeña comunidad previa alrededor de los libros y, posiblemente, de otros productos culturales, como el cine, la música, etc.
Los títulos que aportaron fueron los siguientes, de los que dijeron, además, cómo llegaron a ellos, a quién se los habían dejado, qué habían sentido al leerlos, si les había resultado o no una lectura difícil y qué opinión les merecía en comparación con otras partes de la misma obra o de la adaptación cinematográfica correspondiente:
-El asesino hipocondríaco, de Juan Jacinto Muñoz Rengel, Plaza & Janés.
-Cryer´s Cross, Lisa McMann, Everest.
-Night School. El legado, C. J. Daughtery, Alfaguara.
-Alas de fuego, Laura Gallego, SM.
-La maldición del Maestro, Laura Gallego, SM.
-Memorias de un amigo imaginario, Matthew Dick S., Nube de Tinta.
-Hex hall. Condena, Rachel Hawthorne, Destino.
-Ex libris, Sandra Andrés Belenguer, Everest.
-El príncipe de la Niebla, Carlos Ruiz Zafón, Planeta.
-Los Juegos del Hambre, Suzanne Collins, Molino.
-Los días que nos separan, Laura Soler, Plataforma Neo.
-Veinte mil leguas de viaje submarino, Julio Verne, Alianza.
-Antología de lírica amorosa, VV.AA., Vicens Vives.
Algunos alumnos, de otros cursos, se fueron sumando, para mi sorpresa, pues se acercaron y les invité a que se quedaran. La mayoría no parecía comprender el porqué tanta pasión por un libro, pero fueron respetuosos y algo quedaría en ellos para que en un futuro lo entendiesen. El broche final lo puso un estudiante al hablar sobre Juego de tronos, la popular novela río que ha inspirado una exitosa serie televisiva. Para él, no era solo un fenómeno editorial, un producto de moda, sino una experiencia que compartía con su padre, del que decía, orgulloso, que ya le había adelantado al terminar el quinto libro, lo que, en verdad, permanecería mucho más tiempo en su memoria afectiva que las luchas entre los Stark y los Lannister.
2 comentarios:
Me parece una actividad estupenda para hacer en cualquier momento del año: ojalá pudiéramos plantear así todas las clases: un libro detrás de otro. Que tengas alumnos que lleguen a clase con el libro debajo del brazo, con idea de comentarlo, es de nota. (A mí también me encantaría poner en marcha un club de lectura: después de leer un libro, no hay nada mejor que hablar de él! Un abrazo, y disfruta de las vacaciones que asoman.
Creo que fue García Márquez quien dijo que la mejor clase de literatura debía ser una lista de lecturas. Es frecuente que en ciertas clases unos cuantos alumnos me muestren o me hablen de los libros que los entusiasman, pero lo que no es tan habitual, por desgracia, es que haya tal cantidad de lectores, tan apasionados y reflexivos como he encontrado en 3º D.
Fue una sorpresa, un placer y una experiencia por la que bien vale dedicarse a la docencia.
Si te decides a hacerlo y cuentas con estudiantes comprometidos y entusiastas, disfrutaréis de un aprendizaje compartido que los contenidos oficiales no facilitan.
Un abrazo, Carlota, que pases un buen verano.
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