miércoles, 15 de agosto de 2018

Homenaje a César Vallejo en Cal y Sarmiento 2018

El pasado mes de abril acogimos la entrega de premios del XXXV certamen literario Cal y Sarmiento en el IES Número de Requena, el centro en el que trabajo y en el que estudié hace años. Según la tradición establecida en las últimas ediciones, junto a los premiados de las categorías de poesía y relato breve, se conmemoró la efeméride de un escritor relevante para la lengua castellana. Nos decantamos, en esta edición, por el peruano César Vallejo, fallecido en el otoño de 1938, en París.
La organización de tal evento se repartió entre los profesores del Departamento de Lengua Castellana del IES Número 1 y un entusiasta pelotón de voluntarios de 1º de Bachillerato. El equipo docente se encargó de planificar el acto, seleccionar los poemas, escribir el monólogo, elaborar los obsequios para el público y dirigir los ensayos (desde aquí mi más sincero agradecimiento a José Lavarías, compañero de Música, que nos auxilió con los instrumentos musicales y el equipo de sonido). También contamos con la colaboración de Laura, que confeccionó el magnífico cartel anunciador que ilustra esta entrada.
El equipo de voluntarios, en cambio, puso voz, música, color y luz a los nombres de los premiados y a las palabras de un Vallejo que a ratos se hacía carne y, a ratos, sombra en verso. Las voces de María y Ariadna presentaron el acto, puesto que no solo citaron a los galardonados en el escenario, sino que guiaron al público en cada una de las partes del certamen; las de Yolanda, María Ballesteros, Ada, Sabrina, Elena y Marga, por su parte, proporcionaron un timbre femenino a los seis poemas del poeta peruano, unas veces con una valentía desafiante; otras, con una dulce tristeza, próxima a la nostalgia sin consuelo. Estos poemas jalonaban el monólogo que interpretaba Javi como el mismísimo César Vallejo redivivo, rehén de aquella lucha interior que se debate entre un futuro de justicia social para el ser humano y el acecho inexorable de su final definitivo. El texto lo elaboré a partir de la introducción que Luis Alonso Girgado le dedicó al escritor andino en su Antología de la poesía hispanoamericana del siglo XX, en la editorial Alhambra, junto con algunas pesquisas esporádicas que hice en la red y la lectura de algunas de sus obras literarias más conocidas. La inserción de cada poema no obedece, sin embargo, al momento cronológico al que alude el monólogo, sino como anticipo de lo que se tratará más adelante. El pasaje del monólogo que se encuentra entre corchetes, por contra, fue suprimido en la entrega para ajustarse al tiempo disponible.
Cada poema, a su vez, estaba acompañado de música en directo, por María al piano o por Paula con la guitarra, junto con una ilustración original, diseñada y ejecutada por las alumnas Sabrina y Ada, del Bachillerato de Artes. Se puede disfrutar de estas bellas obras de arte, al lado del poema correspondiente, en la presentación que elaboró Raúl y que Blanca le ayudó a coordinar con la marcha del acto.
La puesta en escena, finalmente, tuvo mucho de emoción y aún más de talento. Los acompañé entre bambalinas con la misma emoción que experimentaba, más de una década atrás, con Laura y el perro de Ábalos, pero sin ya pisar las tablas. Solo como una figura expectante. El resultado fue tal que algunos de los premiados se contagiaron del entusiasmo de este grupito de voluntarios y decidieron recitar alguno de sus poemas premiados, en una suerte de jam poética, aunque otros, como nuestra querida Ángela, antigua conserje del centro, ya lo llevase preparado para darnos una nueva lección de cómo vestir el verso a viva voz.





Monólogo de César Vallejo


Buenos días y gracias por asistir.


              Soy César Abraham Vallejo Mendoza, más conocido por “César Vallejo”, por mucho que mis amigos de la infancia me dijeran el “cholo Vallejo”. Nací, muy pequeñito, un día de 1892, en un pueblito lejano de los Andes, Santiago de Chuco, a más de 3.000 metros de altura. Era el “schulca” o menor de once hermanos. Mis padres -y ellos mismos- ya sabían del dolor y de las privaciones de pertenecer a una familia humilde, pero digna y compasiva con los que sufren.


Poema 1. “Los heraldos negros”

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos,
como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza,
como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

(De Los heraldos negros)



Pronto sentí el placer de los libros, el gozo de la palabra escrita, de la tinta y de la página impresa. Con el tiempo, ese placer se tornó en una pasión que me ayudó a superar las barreras de la pobreza, primero para cursar Bachillerato y, después, para  emprender estudios de Letras, Medicina y Jurisprudencia que, por desgracia, no acabé. Esto no impidió, sin embargo, que ejerciera de contable, de preceptor, e incluso de profesor entre Lima y Trujillo. Allá me junté con todos los poetas que publicaban sus versos en diarios y revistas.


Poema 2. “Los pasos lejanos”


Mi padre duerme. Su semblante augusto
figura un apacible corazón;
está ahora tan dulce…
si hay algo en él de amargo, seré yo.

Hay soledad en el hogar; se reza;
y no hay noticias de los hijos hoy.
Mi padre se despierta, ausculta
la huida a Egipto, el restañante adiós.

Está ahora tan cerca;
si hay algo en él de lejos, seré yo.
Y mi madre pasea allá en los huertos,
saboreando un sabor ya sin sabor.
Está ahora tan suave,
tan ala, tan salida, tan amor.

Hay soledad en el hogar sin bulla,
sin noticias, sin verde, sin niñez.
Y si hay algo quebrado en esta tarde,
y que baja y que cruje,
son dos viejos caminos blancos, curvos.
Por ellos va mi corazón a pie.

(De Los heraldos negros)



De esa experiencia nació, en 1918, Los heraldos negros, mi primer libro de poesía, como una revisión trágica, angustiosa y pesimista de ese otro Modernismo luminoso, musical, hueco, de princesas que suspiran tristes por sus bocas de fresa.


Poema 3. “Todos los días amanezco a ciegas”

LVI

Todos los días amanezco a ciegas
a trabajar para vivir;
y tomo el desayuno,
sin probar ni gota de él, todas las mañanas.
Sin saber si he logrado, o más nunca,
algo que brinca del sabor
o es sólo corazón y que ya vuelto, lamentará
hasta dónde esto es lo menos.

El niño crecería ahíto de felicidad
oh albas,
ante el pesar de los padres de no poder dejarnos
de arrancar de sus sueños de amor a este mundo;
ante ellos que, como Dios, de tanto amor
se comprendieron hasta creadores
y nos quisieron hasta hacernos daño.

Flecos de invisible trama,
dientes que huronean desde la neutra emoción,
pilares
libres de base y coronación,
en la gran boca que ha perdido el habla.

Fósforo y fósforo en la oscuridad,
lágrima y lágrima en la polvareda

(De Trilce)




1920 fue un año de sombra y no hay sombra más oscura, para los vivos, que la cárcel. Me acusaron de “incendio frustrado, robo y asonada” en Trujillo. Durante los tres meses que pasé encarcelado, me acerqué a las teorías de Marx, despertó mi conciencia social y gesté muchos de los versos que formarían Trilce, un par de años después. Unos dicen que le puse este nombre sonoro a mi segundo libro por la fusión de las palabras “triste” y “dulce”; pero, en verdad, fue producto de la casualidad y del momento. La crítica no asimiló que me rebelara contra la lógica, contra la realidad que somete al hombre, ni que truncase, con tanto ruido, la espina que arma el lenguaje. No me quedó más remedio que buscar comprensión más allá del Charco, en París. Fue un viaje solo de ida, pues no retornaría más al Perú.


Poema 4. “España, aparta de mí este cáliz”


Niños del mundo,
si cae España —digo, es un decir—
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué temprano en el sol lo que os decía!
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!
¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!

¡Niños del mundo, está
la madre España con su vientre a cuestas;
está nuestra madre con sus férulas,
está madre y maestra,
cruz y madera, porque os dio la altura,
vértigo y división y suma, niños;
está con ella, padres procesales!

Si cae —digo, es un decir— si cae
España, de la tierra para abajo,
niños ¡cómo vais a cesar de crecer!
¡cómo va a castigar el año al mes!
¡cómo van a quedarse en diez los dientes,
en palote el diptongo, la medalla en llanto!
¡Cómo va el corderillo a continuar
atado por la pata al gran tintero!
¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!

Niños,
hijos de los guerreros, entre tanto,
bajad la voz que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
¡Bajad la voz, que está
en su rigor, que es grande, sin saber
qué hacer, y está en su mano
la calavera, aquella de la trenza;
la calavera, aquella de la vida!

¡Bajad la voz, os digo;
bajad la voz, el canto de las sílabas, el llanto
de la materia y el rumor menos de las pirámides, y aún
el de las sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si las férulas suenan, si es la noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta, si la madre
España cae —digo, es un decir—,
salid, niños, del mundo; id a buscarla!...

(De España, aparta de mí este cáliz)



Las penurias se vinieron conmigo a la Ciudad de La Luz y, lo que fue aún mucho peor, una enfermedad incurable que acabaría con mi vida quince años después. Para sobrevivir, colaboré con diferentes periódicos y el gobierno español me concedió una ayuda, sin la que no habría podido comer. También me permitió viajar a España, donde conocí a Juan Larrea, Gerardo Diego y otros poetas de la Generación del 27. Allí viví a principios de los años 30, inmerso en la Vanguardia europea, en la práctica obsesiva de la escritura automática, en el cultivo cerrado del símbolo, pero también en ese “humanismo medular”, unas veces ideológico y otras, fieramente empático con los que habían padecido tanto como yo. Nunca vi publicados esos poemas en vida. Los titularon “Poemas humanos” porque, a pesar del desarraigo, de mi obsesión con la Muerte y de sentirme eternamente huérfano de Dios, deseaba un futuro de justicia social que pudiera liberar a los que se quedaban.


[La nostalgia por el Perú, la reivindicación de sus gentes (en especial de indios y obreros), además de la tendencia regionalista de la Vanguardia americana, me impulsó a escribir los cuentos de Fabla salvaje, pero también de Escalas melografiadas, en donde los recuerdos del hogar se oscurecían con la cercanía de la muerte y la locura de la vida moderna. También escribí novelas de corte proletario, social, en defensa de los que menos tienen, como Paco Yunque o El Tungsteno, donde los mineros andinos eran los héroes de lo cotidiano. Tampoco le hice ascos al teatro, como La piedra cansada, o al ensayo, bajo la forma de crónica periodística: Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin.]


Poema 5. “¡Cuídate, España, de tu propia España!”

¡Cuídate, España, de tu propia España!
¡Cuídate de la hoz sin el martillo,
cuídate del martillo sin la hoz!
¡Cuídate de la víctima a pesar suyo,
del verdugo a pesar suyo
y del indiferente a pesar suyo!
¡Cuídate del que, antes de que cante el gallo,
negárate tres veces,
y del que te negó, después, tres veces!
¡Cuídate de las calaveras sin las tibias,
y de las tibias sin las calaveras!
¡Cuídate de los nuevos poderosos!
¡Cuídate del que come tus cadáveres,
del que devora muertos a tus vivos!
¡Cuídate del leal ciento por ciento!
¡Cuídate del cielo más acá del aire
y cuídate del aire más allá del cielo!
¡Cuídate de los que te aman!
¡Cuídate de tus héroes!
¡Cuídate de tus muertos!
¡Cuídate de la República!
¡Cuídate del futuro!...


(De España, aparta de mí este cáliz)


El estallido de la guerra civil española fue un acontecimiento que sentí en las entrañas, en el hueso mismo de mis ideas, como una dolorosa espina. De esa punzada oscura, de esa tentación por el abismo, manaron los poemas de España, aparta de mí este cáliz, como un ejercicio de redención, donde los “guerreros”, los milicianos de la República, peleaban no por una España escindida, entre “madre y madrastra”, sino por un futuro para sus hijos que no cayera ante la violencia, el hambre y el sometimiento sin límites.


Poema 6. “Hoy me gusta la vida mucho menos”


Hoy me gusta la vida mucho menos,
pero siempre me gusta vivir: ya lo decía.
Casi toqué la parte de mi todo y me contuve
con un tiro en la lengua detrás de mi palabra.

Hoy me palpo el mentón en retirada
y en estos momentáneos pantalones yo me digo:
¡Tánta vida y jamás!
¡Tántos años y siempre mis semanas!...
Mis padres enterrados con su piedra
y su triste estirón que no ha acabado;
de cuerpo entero hermanos, mis hermanos,
y, en fin, mi ser parado y en chaleco.

Me gusta la vida enormemente
pero, desde luego,
con mi muerte querida y mi café
y viendo los castaños frondosos de París
y diciendo:
Es un ojo éste, aquél; una frente ésta, aquélla... Y repitiendo:
¡Tánta vida y jamás me falla la tonada!
¡Tántos años y siempre, siempre, siempre!

Dije chaleco, dije
todo, parte, ansia, dije casi, por no llorar.
Que es verdad que sufrí en aquel hospital que queda al lado
y está bien y está mal haber mirado
de abajo para arriba mi organismo.

Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga,
porque, como iba diciendo y lo repito,
¡tánta vida y jamás! ¡Y tántos años,
y siempre, mucho siempre, siempre, siempre!

(De Poemas humanos)



Del día de mi muerte, solo recuerdo los castaños que daban sombra en la avenida de París en donde viví tanto tiempo. No estoy seguro de que fuera jueves. Tan solo que aún llegaban noticias de la guerra civil, pues era 1938, y que sentía cómo se me apagaban los ojos a medida que se me acababan los latidos. No había dulzura ni tristeza en el final. Tampoco el miedo al no ser ni a la Muerte. Me sentía ya vivir en los versos que había dejado a mi paso.

No hay comentarios:

También se relaciona con

Related Posts with Thumbnails