lunes, 30 de agosto de 2021

Decálogo para un joven escritor

 



A Leire, cuando descubra las palabras de la vida.
A Ángel, que ya se adentra en el laberinto gozoso de la escritura.


    Escribir es un ejercicio personal, íntimo y, a menudo, intransferible. No hay recetas mágicas ni atajos, ya que pueden haber tantos métodos de escritura como escritores.
La mayoría de los consejos que ofrezco son fruto de la experiencia y de la reflexión durante distintas etapas de mi vida. Otros, por el contrario, están entresacados de famosos decálogos de escritores, como los de Ray Bradbury, Augusto Monterroso, Horacio Quiroga, Juan Carlos Onetti o Jorge Luis Borges. 

1. Lee siempre, como escritor y como lector que goza con la lectura. Lee cuanto puedas, lee variado en géneros y temas. Lee a los grandes maestros de la literatura, pero también a los grandes desconocidos que algún día puedan impartir su magisterio.

2. Escribe siempre, aunque no tengas nada que decir. La escritura se adquiere y se desarrolla con la práctica

3. Piensa antes de escribir. No escribas sin un plan previo, sin una respuesta a qué quieres transmitir y cómo lo quieres redactar. No improvises ni te permitas la creación de un texto invertebrado -carente de estructura y de mensaje- o sin músculo ni piel, pues la fortaleza externa debe residir en una cohesión que no prescinda de la belleza de las palabras.

4.  Sé un buen mentiroso. La literatura no deja de ser una mentira socialmente pactada entre el escritor y su lector (accidental). Los buenos escritores, por tanto, son los buenos mentirosos, aquellos que añaden una pizca de ficción al guiso de la realidad, para que no se le rompa la ilusión literaria al lector por falta de verosimilitud

5. Ten en cuenta al lector. No escribas para ti mismo. Sin receptor no hay comunicación y, en consecuencia, mensaje. El lector, por otra parte, siempre interpretará el texto desde sus coordenadas de realidad, cambiantes de una persona a otra, y dependientes del bagaje cultural, experiencia lectora y contexto de cada uno. Esta es la razón por la que una misma obra llega a tener distintas lecturas a lo largo de periodos dilatados de tiempo.

6. Sugiere antes de decir. La buena literatura no es explícita, sino que navega con más o menos habilidad en los procelosos mares de la ambigüedad interpretativa. En todo texto literario hay un texto denotativo, apto para una lectura somera, que no conlleve demasiado esfuerzo en su comprensión, y uno o más subtextos, de naturaleza connotativa, que requieren de un esfuerzo mayor, pues llegan a bifurcarse en dos o más líneas interpretativas, lo que supone todo un reto, incluso para los lectores más avezados. En definitiva, trabaja el texto, pero cuida que haya un subtexto que incentive a los que sientan verdadera curiosidad por tu obra.

7. Encuentra tu propia voz. Busca los temas y la forma de combinar las palabras que hagan de tus escritos un objeto único e irrepetible por el que te puedan identificar como autor. En pocas palabras, convierte tu estilo en tu marca personal

8. Elige la sencillez a la retórica fácil. Los textos oscuros, de aires líricos e ínfulas cultas son más apetecibles para el escritor que empieza que la prosa sencilla, sobria, mesurada y con deseo de claridad. Esto se debe a que la escritura equilibrada y sin aspavientos necesita de un ejercicio de contención lingüística que armonice la precisión con la variedad. 
Por ello, se ha de prescindir de términos vagos, de excesiva amplitud semántica, como las proformas léxicas “cosa” o “hacer”, en favor de un uso meditado de sinónimos y antónimos, por lo que deberás recurrir con frecuencia a diccionarios especializados. Repite las palabras con una intencionalidad determinada y no por desconocer alternativas que bien se podrían encontrar en obras de consulta.  Huye, además, de las expresiones tibias, como “una especie de”, ya que apagan la pasión de la escritura. Cuida sustantivos y verbos; no te conformes con términos que no reflejen la realidad o la acción que quieras transmitir con irrevocable exactitud. Dosifica los adjetivos calificativos, con preferencia por los especificativos, y raciona los adverbios acabados en “mente” para aligerar la lectura y prevenir que se le indigeste al lector desde la primera línea. Finalmente, combina las oraciones simples con oraciones compuestas de una extensión que no sobrepase las tres líneas, con especial gusto por las coordinadas copulativas o adversativas por encima de las subordinadas de relativo o adverbiales. 

9. Marca el ritmo del texto a través de una selección trabajada y variada de conectores extratextuales que, a su vez, te permitan regular la información. La repetición de elementos literarios, de palabras y el uso estratégico de signos de puntuación -con prevalencia de comas y puntos- serán otros recursos valiosos para lograr una escritura ágil, a la par que coherente y accesible.

10. Revisa tu obra. Repasa cada elemento, palabra o signo, para que fluyan en total armonía, hasta el mismo momento en que debas entregarlo. Modifica, añade o elimina sin miedo, pues, en ocasiones, escribir es sinónimo de pulir todo aquello que entorpece la lectura. Los procedimientos de revisión no son menos importantes. Desde encomendar tu texto a un lector de confianza, en busca de una opinión objetiva (aunque no siempre sea sincera), hasta leer el escrito en voz alta (a imitación de los que tocan de oído) o mantenerlo un tiempo olvidado en un cajón, con la intención de retomarlo tras la distancia que necesitaría cualquier juicio crítico. 

En resumidas cuentas, el dominio de la escritura debe crecer con el escritor, con su experiencia de la vida y profundización en los mecanismos más íntimos del lenguaje literario, ya sea como búsqueda constante de nuevas palabras o de una voz personalísima que haga llegar nuestros deseos o temores ocultos, nuestras obsesiones y esperanzas públicas, a los lectores del futuro.

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