viernes, 19 de febrero de 2010

Homenaje a Miguel Hernández

Esta entrada es mi homenaje particular a Miguel Hernández en el centenario de su nacimiento. Mucho podría decir aquí de este mártir de la literatura castellana que ya ha sido escrito, con mejores palabras que las mías, en otros blogs vecinos. Sólo mencionaré que ha sido un poeta que me ha acompañado desde que tuve uso de razón, primero desde las voces de Serrat y Víctor Jara; después, cuando aprendí a leer, en una maltrecha antología que guardaba mi padre con mucho celo. Con el paso de los años fui comprendiendo el sentido de sus palabras, el sentimiento que yacía oculto entre sus versos, la íntima ligadura que lo amarraba a una vida plena, salpicada de luces y sombras. En la Facultad, estuve a punto de perder esa lectura emocional por la minuciosidad analítica que nos contagió el profesor Arcadio López-Casanova, aunque adquiriera un conocimiento más profundo, sistematizado y racional de su poesía.
Ahora, la distancia me ha devuelto gran parte del sentimiento que creía perdido y he olvidado algunos de los saberes que me servían para diseccionar a Miguel Hernández sílaba a silaba sin que me temblase el pulso. Buen ejemplo de ello son el dossier de textos sobre Viento del pueblo y la grabación histórica que se encuentra en Youtube sobre la "Canción del esposo soldado", que he incluido en esta entrada. Los utilicé, en su momento, para la optativa de Literatura Contemporánea de 2º de Bachillerato, cuando aún no se examinaban de ella en Selectividad, pero sí hacía media en el expediente.


Miguel Hernández Viento del pueblo

2 comentarios:

Lourdes Domenech dijo...

Creo que toda una generación debe su acercamiento a la poesía a través de cantautores. Es difícil olvidar a Serrat y a sus adaptaciones de Miguel Hernández y de Antonio Machado, por ejemplo.

A veces, por deformación profesional, nos es imposible zafarnos de la tentación de realizar análisis minuciosos de los poemas. Menos mal que sólo nos ocurre a veces.

Héctor Monteagudo Ballesteros dijo...

Es cierto, aunque ese acercamiento lo heredé de mi padre, que siempre ha sido un gran aficionado a Serrat, Aute, Sabina... Y esas voces son, de alguna manera, la banda sonora de mi infancia, las que me leían cuando aún no sabía hacerlo.
Sobre los análisis minuciosos de textos, me declaro culpable de haberlos hecho, con más o menos fortuna. Era uno de los aspectos que más me gustaba de ser filólogo. Pero al comenzar a dar clase, caí en la cuenta de que no era una habilidad suficiente para hacer llegar estos autores a un público adolescente; comprobé, a marchas forzadas, que la disección de un poema, su racionalización excesiva, aun en Bachillerato, puede suponer un obstáculo en literatura. La clave residía en devolver el sentimiento al texto, rescatar el primitivismo que anida en la raíz del verso y mostrarlo a nuestros estudiantes.
Lo cierto es que llegué a esta conclusión cuando empecé a preguntarme por qué me gustaba la literatura.

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