martes, 18 de abril de 2017

2.3. Mi biblioteca literaria: novela y cuento

Estamos hechos de historias. Ya lo afirmó Eduardo Galeano en uno de sus más célebres microrrelatos. Somos historias y caminamos con ellas, día tras día, a todas horas, y casi en cualquier lugar. No importa que solo entretengan o informen o sorprendan o nos ayuden a socializar con extraños y conocidos. Necesitamos historias para vivir y ser vividos por los demás.
La realización artística, escrita y ficticia de parte de esa materia narrativa se concreta en la prosa de cuentos y novelas, hasta erigirse en el tronco central de la gran mayoría de las bibliotecas. Allí residen los mundos probables de los que hablaba Alejo Carpentier y la seguridad interior de que no estamos solos, tal y como le atribuían a C.S. Lewis en la magnífica película Tierras de penumbra.
El fuste de mi biblioteca lo integran, no obstante, tanto escritores en castellano como en otros idiomas, muchos de ellos clásicos, aunque sin descuidar a los contemporáneos. Junto a los títulos que leí y estudié en el Bachillerato y en los que profundicé durante la carrera, como Don Quijote, el Lazarillo o las obras principales de Pérez Galdós, descubrí otros que me marcaron en menor o mayor medida: los cuentos de Borges; los de César Vallejo; La letra escrita, de Rafael Chirbes; Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño; Rayuela, de Julio Cortázar; El crimen del cine Oriente, de Javier Tomeo; Soldados de Salamina, de Javier Cercas; Nubosidad variable, de Carmen Martín Gaite; Los mares del sur, de Vázquez -Montalbán y un largo etcétera de libros escritos en castellano de los que, a buen seguro, olvido unos cuantos (no sé si con justicia o no).
Si atendemos a las traducciones de lenguas extranjeras, la variedad es aún mayor: La conjura de los necios, de J. Kennedy Toole; En el camino, de Jack Kerouac; Trópico de cáncer, de Henry Miller; El caballero de la carreta, de Chrétien de Troyes; 1984 y Rebelión en la granja, de George Orwell; La presa, de Kenzaburo Oé; Mefisto, de Klaus Mann; Demian, de Hermann Hesse; El extranjero, de Albert Camus; Las ciudades invisibles y El barón rampante, de Italo Calvino; Bartleby, el escribiente, de Herman Mellville; etc.
En resumen, la lista que comencé con Librarything para novela y cuento tal vez sea la más incompleta de todas y la que más horas de placer me proporciona. Allí se conjugan mis tanteos pasados, mis descubrimientos estudiantiles, con los autores que más me seducen en la actualidad o aquellos que mejor han resistido el paso del tiempo y del olvido. Espero que, una vez avanzada en su catalogación, sea de provecho para que otros lectores conquisten estos mundos probables y hagan suya esta manía irreductible de saber que nos estamos solos.



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